lunes, 20 de julio de 2009

La Batalla de Camarón

A continuación anexamos una breve reseña de la Batalla de Camarón , que apareció en la revista de Junta de Mejoras de la Ciudad de Camarón de Tejeda


BATALLA DE CAMARÓN
A la 3ª compañía del 1er batallón del
regimiento extranjero le correspondió
proteger el convoy en la región del cerro
Chiquihuite – Camarón - Palo Verde; al
regreso de su encomienda tendría el
enfrentamiento con los mexicanos.

Encabezando la compañía extranjera estaba
el capitán Jean D’ Anjou, el subteniente
Napoleón Vilain y el subteniente Clemente
Maudet; más 62 legionarios, así como por
mercenarios alemanes, suizos, belgas,
daneses, italianos, españoles y franceses.
La fuerza mexicana que había seguido la
marcha del convoy, se estableció a las órdenes
del coronel Francisco de P. Milán en La Joya, a
6 Km., al norte de Camarón, estaba constituida
por 650 infantes y 200 jinetes pertenecientes
a los batallones «Independencia», «Guardia I
Nacional de Xalapa», «Zamora» y «Córdoba»,
con un total de 850 hombres.

A la compañía extranjera no la dirigían sus
comandantes naturales, pues se encontraban
enfermos. El capitán D´Anjou era ayudante mayor
y se ofreció como voluntario para servicio; el
subteniente Vilain era oficial pagador. La unidad
salió a la una de la mañana del 30 de abril, pasó
por la ranchería de Camarón a las 6:30 de la
mañana y llegó a Palo Verde a las 7:00 horas;
a las 7:30 los centinelas informaron
a su capitán haber observado
una polvareda por el rumbo de
Camarón, de inmediato apagaron
el fuego que habían hecho para
preparar sus alimentos.

Avanzaron hacia Camarón y a las 8 horas se
intercambiaron los primeros disparos y cayó
herido un legionario. De inmediato avanzaron
hasta la ranchería de Camarón, a donde entraron
encontrándola vacía. Salieron del lugar y un
poco adelante, se enfrentaron a una tropa de
caballería que se disponía a cargar. El capitán
D´Anjou ordenó a su tropa formarse en cuadro
e iniciaron la primer defensa. En esos momentos,
con la descarga de la fusilería, las mulas que
transportaban el agua huyeron espantadas,
llevándose alimentos y municiones de reserva. El
capitán D´Anjou se percató de que su posición al
descubierto era expuesta, por lo cual ordenó la
retirada hacia el rancho de Camarón.

Por su parte el coronel Milán, comprendiendo
que con la caballería le iba a ser imposible
capturar a una tropa que se había parapetado
convenientemente en la casa, hizo tender a la
infantería para poner el sitio. El combate en
regla se inició a las 8 horas y terminó a las 5
de la tarde, cuando los soldados extranjeros
fueron prácticamente aniquilados. Y mientras
intercambiaban disparos con los mexicanos,
se dedicaron a acondicionar lo mejor que
pudieron, el viejo caserón.

Con el fin de evitar un derramamiento de
sangre inútil, el Coronel Milán envió a un
parlamentario. Correspondió a un oficial
mexicano de ascendencia francesa, el capitán
Román Lainé, ser el encargado de hablar
con los sitiados y pedirles su rendición;
D´Anjou contestó que seguirían
combatiendo. Los ataques se sucedieron
conforme transcurría aquella mañana.

Un testigo francés los describe así: “una hora
después se repitió otro asalto, pero esta vez
combinado por 2 lados opuestos, pero con
efecto superior a los anteriores, con columnas
de asaltos de infantería y con brechas cubiertas
por la caballería, notándose la buena táctica del
jefe que mandaba esa tropa. Resistimos ese
ataque lo más que pudimos, durante el cual
tuvimos que hacer milagros para rechazarlo.
Han pasado muchos años y todavía no entiendo
cómo pudimos lograrlo, pues los mexicanos son
muy buenos soldados y duros en el ataque; tan
luego caía uno, era reemplazado por otro; son
valientes y no le tienen miedo a la muerte. Honor
a quien honor merece.

Los legionarios se defendieron con una
tenacidad temible y con puntería eficaz.
Estaban armados con fusiles rayados de
pistón modelo 1857, que disparaba balas de
forma ojiva-cilíndrica. Los mexicanos estaban
mal armados, con alguna que otra escopeta,
algún fusil recuerdo venerable de las guerras
de Independencia o luchas civiles, machetes
y lanzas, de utilidad bastante reducida al
luchar contra un armamento como el de los
franceses. Y ese grupo de guardias nacionales,
aumentado con un grupo de guerrilleros
y con alguno que otro soldado de línea, se
enfrentaba a soldados fogueados, veteranos de
Argelia, de Crimea, de Inkerman, de Alma, de
Solferino y Magenta, y de tantas otras batallas;
con experiencia de combate, con disciplina y
muchos años de entrenamiento.

Los mexicanos eran un grupo numeroso pero
carente de formación y de la experiencia
del soldado profesional, hombres que tan
sólo el día anterior habían dejado el arado
o abandonado el pequeño comercio. Todos
ellos soldados improvisados. El combate
prosiguió con gran dureza. A las 11 murió el
capitán D’ Anjou; poco después cayó muerto el
subteniente Vilain. El mando quedó en manos
del último oficial, subteniente Maudet, quien
recibió la comisión de guardar la mano de
madera de su capitán. La lucha se prolongó
durante el resto de la tarde. Los soldados
mexicanos a pecho descubierto lograron
llegar hasta los muros del caserón y, gracias
al sacrificio del soldado Barrientos de Xalapa,
lograron entrar...”

El mayor Campos, que estuvo presente en este
combate, describe esos últimos momentos
así: “…y ya adentro, franceses y mexicanos se
buscaban para darse la muerte a culatazos y
bayonetazos, no había tiempo ni espacio para
cargar las armas, y era tan denso el humo
producido por los tiros que se dispararon
al penetrar, que no se distinguían unos
a otros. Para las 5 horas los legionarios
prácticamente habían consumido sus
últimos cartuchos; quedaban cinco.
Uno de ellos, el legionario Catteau
cayó muerto al tratar de defender
al subteniente Maudet que también
estaba herido de gravedad. A esa
hora el teniente coronel Ángel Luciano
Cambas ordenó el cese al fuego.

El combate había terminado, tres
legionarios que estaban en pie cayeron
en manos de los mexicanos. El coronel
Francisco de P. Milán exclamó: ¡Pero no
son hombres, son demonios!.

La bajas habían sido numerosas en
ambos bandos. Del lado mexicano
había muerto el coronel José Ayala, jefe
de Estado Mayor del coronel Milán; el
capitán Joaquín Guido del batallón de
guardias nacionales de Xalapa; el capitán
Juan Canseco de la guerrilla de Perote;
el teniente Vicente Guido del batallón
de guardias nacionales de Veracruz; el
alférez Rafael Redondo del escuadrón de
escolta del coronel Milán, y el ayudante
Rojas, del batallón de guardias nacionales
de Xalapa. Además, un número
indeterminado de soldados mexicanos.

El coronel Milán ordenó que se tratara
con atención médica a los heridos,
tratando con la nobleza e hidalguía que
siempre ha sido característica del pueblo
mexicano, a un vencido valiente. Por su
parte, el médico Francisco Talavera, que
poco antes había combatido al enemigo
al frente del batallón de la guardia
nacional de Córdoba, regresó a sus
deberes de médico y se dedicó a atender
a los heridos invasores. En este combate
singular, todo fue excepcional, pues en el
parte oficial francés figuran los nombres
de 2 jefes y un oficial mexicano que se
distinguieron por sus atenciones para
con los heridos y prisioneros franceses;
ellos fueron el teniente coronel Luciano
Cambas, el mayor Francisco Talavera y el
capitán Ramón Lainé.

Al parte oficial del general brigadier
Jesús de León Toral, contesta el
ministro de guerra: “Se ha recibido en
este ministerio, el oficio de usted de
fecha 7 del actual, en que comunica el
encuentro que el comandante militar
del Estado de Veracruz tuvo con una
fracción enemiga de 60 hombres que
bajaban del Chiquihuite a la cual sitió y
batió hasta obligarla a rendirse, lo cual ha
sido muy satisfactorio al Presidente de
la República. Independencia y Reforma,
mayo 12 de 1863. Blanco C., General en
Jefe del Ejército del Centro”. Complementa
la descripción el relato del «Tío Mulato
Vargas», soldado de los Nacionales de
Coscomatepec, testigo y acto


Fuente Revista Camarón de Tejeda , Junta de Mejoras, Año2 no. 11 2007

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